
Todos sabemos que el jabón sirve para lavar, pero ¿por qué nos lavamos con jabón y no con otra cosa? Como también sabrás que el agua y el aceite no se mezclan, y esto tiene bastante relación con este misterio. En este artículo vamos a explicar por qué lavamos con jabón desde hace miles de años y por qué un simple lavado de manos nos ayuda a controlar pandemias como la del coronavirus. Sigue leyendo y descubriremos la “magia” que se esconde detrás del jabón.
La suciedad como el barro o el polvo la podemos quitar con agua sin problemas, el agua es capaz de arrastrar este tipo de partículas mediante una interacción mecánica. En cambio, con sustancias como el aceite o la grasa que podemos encontrar en una sartén o en nuestras manos, el agua no funciona. Esto es porque las moléculas de grasa y aceite son hidrofóbicas, lo que quiere decir que interaccionan químicamente con las de agua repeliéndolas.
Lo cierto es que las moléculas de grasa y aceite son las mismas, los triglicéridos, y estas no se disuelven en agua. Cuando los triglicéridos entran en contacto con el agua, se reorganizan y hacen lo posible por no mezclarse con las moléculas de agua debido a las interacciones químicas que experimentan. Y es por esta razón por la que el agua no es una buena solución para limpiar las grasas. Cuando vertemos agua sobre una superficie grasienta, el agua resbala sin arrastrar la grasa y forma gotas muy redondeadas sobre ella debido a una reorganización de las moléculas que minimiza la superficie de contacto entre ellas ― tan pequeña como la tensión superficial del agua se lo permita.
El jabón como limpiador
Entonces, si el agua resbala y no se lleva la grasa ¿cómo podemos limpiar la grasa de una superficie? Aquí es cuando el jabón entra en escena. El jabón es una sustancia con una propiedad bastante interesante, la tensoactividad, que le permite actuar como mediador entre las moléculas de agua y de grasa.
Los tensoactivos son un tipo de sustancia que tiene unas propiedades muy útiles para mezclar elementos que no se pueden mezclar. Estas propiedades de los tensoactivos se deben a su estructura molecular, y es que los tensoactivos se componen de una parte que repele el agua (hidrófoba) y una parte que no (hidrófila). De este modo, al entrar en contacto el jabón con la grasa, las moléculas de grasa quedan rodeadas por las partes hidrofóbicas de las moléculas tensoactivas del jabón. Esto hace que el extremo hidrofílico del tensoactivo quede en la cara externa de estos agregados y va a permitir que sean solubles en agua. De este modo se soluciona el conflicto entre las moléculas de jabón y las de grasa, y es por ello que el jabón es un potente detergente.
El jabón como desinfectante
Pero el jabón no solo nos sirve para eliminar la grasa, sino además microorganismos como virus y bacterias. Esto se debe a que tanto virus como bacterias están recubiertos por unas membranas que se desmoronan al entrar en contacto con el jabón. La agresiva acción del jabón sobre estas membranas se debe a que los elementos que las componen (fosfolípidos) también tienen una dualidad anfipática, con una extremo soluble y otro insoluble en agua. Cuando el jabón entra en contacto con estas membranas, los bloques que la componen pasan a formar agregados junto a las moléculas de jabón, y finalmente el microorganismo se desintegra. Podríamos decir que el jabón desmembra a estos agentes infecciosos, matando a las bacterias e inutilizando a los virus.
Y es por esta razón por la que lavarnos con jabón es una medida esencial para evitar el contagio de cualquier infección, como puede ser la del coronavirus. Cuando nos lavamos las manos, los agentes infecciosos que podamos tener, junto al resto de suciedad y grasa, pasan a estar suspendidos en una sopa de desechos. Y al aclararnos las manos, toda esa sopa de porquería es arrastrada, y así conseguimos tener nuestras manos limpias y desinfectadas.
Historia del jabón
¿Y cómo se llegó a descubrir este maravilloso invento? Lo cierto es que el descubrimiento de este avance no está asociado a ningún personaje, sino a la casualidad. Según la leyenda que le da nombre, el jabón (del latín sapo) se descubrió en Italia.
Cuentan que en el Monte Sapo, cerca de Roma, se hacían sacrificios ceremoniales de animales. En ese mismo monte ardían fuegos para la realización de esas ceremonias de sacrificio. Cuando llovía, el agua arrastraba la grasa animal y las cenizas de esos fuegos, que bajaban por riachuelos hasta la base del monte. Los esclavos que lavaban la ropa de sus amos en las aguas que bajaban desde ese monte descubrieron que esas aguas la limpiaban mejor e, indagando en la razón de esto, descubrieron cómo hacer jabón.
Aunque esta historia pueda resultar creíble, no es más que eso, una leyenda. Realmente su origen es incierto, pero las primeras evidencias de su existencia son de origen babilonio y datan del año 2800 a. C., además no existe ningún monte llamado Sapo. Pero lo que sí parece cierto de esta historia es que su descubrimiento se debe a la casualidad. Diferentes teorías sitúan su descubrimiento a orillas de ríos que, ya sea por la vegetación o por la actividad del ser humano, presentaban en sus aguas unas propiedades asombrosas para lavar la ropa.
Sea cierta o no, el jabón ha tenido tanta importancia en la higiene y salud de la humanidad a lo largo de la historia que se ha ganado el derecho a tener su propia leyenda, ¿no te parece?